Viaje a Esquel – Día 3

Hoy bajamos a desayunar más temprano porque a las 9:30 nos pasaban a buscar para la excursión al parque nacional Los Alerces y fueron hiper puntuales, a esa hora estaban en la puerta. Después de levantar a otros pasajeros arrancó el viaje. Vimos unos paisajes increíbles. Primero paramos en un lugar donde había unas pinturas rupestres de 3000 años, ahí había un árbol de Sauco y Jessi comió algunos de sus frutos. En ese mismo lugar caminamos por un sendero muy tranquilo hasta llegar a un mirador. Nos sorprendió que había muchísimas abejas pero la guía nos contó que son avispas africanas carnívoras que  las llaman Chaquetas Amarillas. Nos contó que las trajeron a Esquel para terminar con el tábano que parece que es medio plaga. Bueno, no terminó con el tábano y ahora las avispas también son plaga, lo sé, parece un capítulo de los Simpsons. Después de eso seguimos viaje hasta el parque nacional donde paramos en una playita a almorzar los sanguches de miga que compramos ayer. Las Chaqueta Amarilla nos estaban volviendo locos pero seguimos el consejo de la guía, tiramos un pedazo de jamón lejos y se fueron a seguirlo. Caminamos un poco y sacamos demasiadas fotos. El agua era cristalina. Nuestra siguiente parada fue para recorrer el sendero Lahuan Solitario que para llegar hay que cruzar un muy lindo puente colgante. El sendero es un recorrido de 1500 metros más otros 300 metros para llegar a ver el glaciar Torrecillas. En el camino también vimos un alerce de 300 años. En el viaje de vuelta dormimos todos. Llegamos al hostel tipo 6 y fui a comprar algo para merendar cerca, unos scones para Jessi y un alfajor para mí. De ahí me fui a una cervecería a ver cómo Boca ganaba el superclásico 1 a 0. Cuando terminó el partido fui a buscar a Jessi para la cena, quisimos ir a 2 lugares que nos había recomendado la guía pero ambos estaban llenos. Así que terminamos comiendo en un restaurante cualquiera. Jessi comió unos tallarines con salsa rosa y yo una bondiola con puré. De ahí volvimos al hostel, me duché y ahora a dormir.      

Viaje a Esquel – Día 2

Hoy nos levantamos tranquilos, desayunamos en el hostel y salimos a caminar por la ciudad. Primeros fuimos a la oficina de turismo para ver qué nos recomendaban hacer y de ahí a las agencias de viajes para averiguar sobre las excursiones.  En la primera agencia no le pusieon mucha onda y en la segunda todo lo contrario. Nos armaron todo un itinerario para la semana. Salimos pensando cuales íbamos a hacer y de paso nos fuimos a almorzar a una especie de bar, resto, confitería. Jessi se pidió una ensalada que tenía tomates cherry, lechuga, roquefort y jamón crudo crocante, yo un lomo que vino con salsa de champignones y puré. De ahí volvimos un rato al hostel y después nos fuimos a escalar el cerro de la cruz. Según google es toda una subida que te llevaría 1 hora y 43 minutos, y la verdad que tenía razón, la hicimos en casi ese tiempo. Al principio la subida es muy empinada pero después es más tranquila, igual llegamos a la cima agotados. Lo bueno es que tiene todo un sendero que si lo seguís llegás perfecto, lo malo es que no hay ninguna señal que te oriente un poco. La vuelta, toda en bajada, fue muchísimo más rápida. Cuando volvimos a la ciudad fuimos a comprar unos sanguches de miga para la excursión de mañana que vamos al parque nacional. Volvimos al hostel y fui al local de enfrente a comprar una pizza para la cena. Estaba bien pero nada del otro mundo, parecía medio una uggis. Mientras nosotros cenábamos el resto de los huéspedes junto con los dueños estaban preparando un gran asado. Terminamos de comer y volvimos al cuarto. Nos duchamos y nos acostamos agotadísimos. Según mi celular caminamos 17 kilómetros.

Viaje a Esquel – Día 1

Nos levantamos 10:30 en Buenos Aires con el ruido de la lluvia. Lo primero que hice fue chequear el celular y vi que me había llegado un mail avisando que nuestro vuelo se había atrasado, en vez de salir 14:45 iba a salir 15:20. Nos despertamos, me cambié y fui a comprar los sanguches de miga a Dobos mientras Jessi se duchaba. Al mediodía almorzamos, la gran sorpresa y desilusión fue cuando comprobamos que se habían equivocado y en lugar de ponerme 2 de atún y queso me pusieron 2 de crudo y queso, nada que ver, no sé cómo hicieron para confundirse. 13:20 nos pasó a buscar Mauro, nuestro ex vecino de Ballivian. Llegamos al aeropuerto sin problemas, despachamos las valijas (11 kilos cada una, muchos menos de los 15 permitidos) y fuimos a hacer el pre embarque. Si bien ya había parado de llover el vuelo se volvió a retrasar y terminamos despegando 16:20. A eso de las 18:30 aterrizamos. El aeroparque de Esquel es muy lindo, diminuto, casi parece una casa alpina. Salimos y descubrimos que el aeroparque está a 20 km de la ciudad y que sólo había un taxi para llevar a la gente y se lo habían tomado otros. Por suerte, divisamos el teléfono de una agencia de remís y pedimos uno. Llegamos al hotel y es tal cual a las fotos. El cuarto estaba un poco caliente pero nos avisaron que es porque a la noche hay heladas, igual dejamos la ventana de la habitación abierta para que se refrescara un poco. A los pocos minutos volvimos a salir, queríamos conocer un poco la ciudad y además teníamos hambre. Caminamos por el centro y descubrimos una especie de feria de artesanos donde compramos unos chipás. Finalmente terminamos cenando en una cervecería donde pedimos unas batatas fritas con dips de mayonesa de zanahoria y queso crema con ciboulette, unos chicken fingers con un dip de provenzal y unos ravioles fritos rellenos de gruyere y hongos con dip de queso azul. Jessi tomó una cerveza y yo una coca light. De regreso al hotel compramos un agua mineral, un alfajor para mí y unos huevitos de chocolate para Jessi.  Son las 22 y ya estamos en el cuarto. Yo voy a ver si puedo jugar al póker con los chicos y Jessi no sé qué va a hacer.

SOLICITUD DE MENSAJE

Abigail ¿Cómo va, preciosa? Espero que todo bien, una chica tan linda como vos se merece estar lo mejor posible. El otro día en el programa de Ventura vi que te separaste de tu novio, ojo, no es que yo mire ese tipo de cosas, pero justo estaba en la carnicería y lo tenían puesto. Bueno, te quería invitar a cenar afuera a un restaurante de Puerto de Madero con todos los lujos que una diosa como vos se merece. Antes de dejar de leer prestame un poquito de atención, dame la oportunidad de que te cuente un poco de mí. Como verás me llamo Diego, tengo 50 años y vivo en Lanús. Yo sé que vos tenés 25 pero siempre que te escuché hablar me pareciste muy madura, muy inteligente. Además, un hombre de mi edad no es un viejo, estoy en la plenitud, hago running y juego al fútbol con mis amigos ves cómo me la banco. Alguien como yo tiene experiencia, ya las viví todas y a una chica como vos le puedo enseñar mucho, jejeje. En la actualidad soy el dueño de una de las casas de electrodomésticos más importantes de Lanús, Taranto e hijos. El dueño es mi viejo, pero él ya no viene, hace 2 años lo tuvimos que meter en un geriátrico. Como te decía, en Taranto e hijos, el que maneja todo soy yo, así que ya sabés, si necesitas algún electrodoméstico podés contar conmigo.  Me imagino que una chica con tu cuerpo se debe cuidar mucho, por eso, si querés una licuadora o una juguera te puedo hacer un descuento del 25%.

No te voy a esconder nada, Abi, yo estuve casado, pero me separé hace 7 años. Quédate tranquila que ya no la veo más, la muy hija de puta me puso una perimetral, de jodida nomás. Pero bien que cuando me tiene que reclamar la cuota alimentaria de nuestro hijo se olvida. Igual mejor, cuando quería juntarme con los muchachos ella se enojaba. Vos no serás así ¿no? Encima la muy caradura se iba de joda con sus amigas y llegaba a cualquier hora. Ojo, yo no soy celoso pero una chica que va a bailar quiere guerra. ¿Quién va a un boliche a bailar? Dale. Si querés juntarte con tus amigas van a tomar el té, no te clavás un escote hasta el ombligo. Ves lo que te digo, yo soy sabio, tengo mundo, tengo calle. A vos seguro te pasa, te ven linda, joven y deben pensar que sos una chica ingenua de la que se pueden aprovechar. Quiero que sepas que acá tenés uno distinto, jamás me aprovecharía de vos. Quiero cuidarte y protegerte. Ponele, el otro día subiste una foto de espaldas sin corpiño y con una bombachita con volados ¿quién te asesora con eso? Una chica fina como vos no puede subir una foto así. Vos sos una mujer de nivel, no una cualquiera.

Bueno, hermosa, espero que me respondas pronto así ya voy reservando en el restaurante.

Besitos

Diego

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Abi. ¿Qué me hiciste? El otro día Ventura dijo que estás saliendo con el dueño de unos viñedos. ¿Es verdad? De ser así no me lo esperaba, pensé que eras distinta a las demás que sólo salían con empresarios. Encima es un viejo, tiene 55 años. Al final son todas iguales ustedes, siempre se van con el que tiene guita. Encima con lo que hice por vos ¿Sabés qué inscribí a mi hijo en el mismo colegio al que van tus mellis? El pibe se quejó xq decía que no iba a ver más a sus amigos y le tuve que explicar que así va a ser más cómodo para llevarlos a clase a todos juntos ¿Ahora que le digo? Te tenés que hacer cargo. Porque las chicas lindas como vos piensan que pueden hacer lo que se les canta, total después no pasa nada. Lo voy a llevar a tu casa para que vos se lo expliques. Sí, sé dónde vivís. No deberías dar notas en la puerta de tu depto, cualquier loco puede reconocer la calle e intentar meterse. Esperame que un día de estos paso por ahí con el nene.    

Saludos

Diego 

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Abi, soy yo Diego, te escribo desde la cuenta de un amigo. No puede ser que me hayas bloqueado. Uno trata de ser un caballero y así le va. Yo fui respetuoso, te hice una propuesta decente. Sos una hija de puta, eso es lo que sos. Mira que la belleza dura poco eh, no digo años, hablo de meses o semanas. Imaginate si tenés algún accidente y le pasa algo a tu carita ¿Qué harías? Porque de tu cerebro no vas a poder vivir. Anda con mucho cuidado. ¿Sabes qué? Yo igual aceptaría salir con vos, porque a diferencia tuya a mi no me interesan las cosas superficiales como un buen cuerpo o una billetera abultada. Espero que recapacites.

Atentamente

Diego.

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Virgina ¿Cómo va, preciosa? Espero que todo bien, una chica tan linda como vos se merece estar lo mejor posible…

Samanta

Él no se acuerda cuándo Samanta llegó a la casa, tan sólo que de un día para el otro ya estaba. Sus libros, su cepillo de dientes, la ropa en el placard, simplemente aparecieron, como si ella siempre hubiera vivido ahí. Ahora que ya está instalada hay veces en que la casa le parece más pequeña, otras más grande. Incluso, en algunas oportunidades siente que no es como la recuerda.

Tomás está almorzando con Samanta, en la tele están pasando algo, pero no puede precisar qué es. Hablan de sus vacaciones. Ella está entusiasmada con el viaje a Disney que van a hacer en un par de días. Él lo aceptó con normalidad, aunque no se acuerda de que hubieran sacado pasajes para ese viaje, ni siquiera recuerda que lo hubieran planeado.

Los dos están en el sillón, leyendo. Él tiene un libro en sus manos, pero no lo puede leer, le cuesta concentrarse en las letras. Samanta se ríe. Le pregunta qué fue lo gracioso del libro, ella tentada le responde:

-Un personaje estaba tomando un té y se le cayó.

A Tomás no le parece gracioso y sin embargo se ríe igual.

La familia de Samanta está de visita. Vinieron sus hermanas y su madre a pasar la tarde. Él las saluda por su nombre, sabe que son las hermanas de ella, pero se ven distintas. No sólo tienen otro color de pelo, sus caras también son diferentes. Todos charlan y meriendan. A la noche están cenando las sobras ellos dos solos ¿En qué momento se fueron los invitados? ¿cuándo se hizo de noche?

Tomás sale del baño y llama a Samanta por su nombre. No hay respuesta. Intenta gritar más fuerte pero no puede. No le sale la voz. La busca por la casa. Va recorriendo todas las habitaciones y no la encuentra. ¿Dónde se habrá metido?

-¿Qué buscás, amor?

Él se da vuelta, ella está detrás suyo hablándole.

-A vos -le responde.

Los dos sonríen y se besan.

Tomás tiene una erección, se sorprende porque generalmente no se le para con un solo beso.

Tomás está jugando con el celular en la cama, Samanta se ríe muy fuerte. De repente, escucha la voz de otro hombre charlando con ella. Hay otro hombre en la casa ¿Quién? ¿Cuándo llegó? ¿por qué no lo sintió  entrar? Él camina hasta el living a ver quién es, pero cuando llega ella está sola escribiendo en su diario.  Decide volver a la cama a buscar el celular.

Tomás está leyendo una revista cuando le comenta a Samanta que quiere comprarse una cafetera. Ella le dice que no quiere. Él le responde que lo piense, que así podrían tomar mucho más café. Ella enojada le dice que si la compra él se va a tener que hacer cargo. Él no entiende por qué se puso así, se fastidia, no comprende por qué no puede darse el gusto de comprarse una cafetera. 

Tomás apaga la playstation y mira hacia Samanta quien estaba leyendo al lado suyo. Ahora no está, desapareció. Ya va a aparecer, piensa, igual que la vez anterior. Él se ríe. No sabe de qué se ríe. Siente que apenas pasaron segundos, pero ya es de noche, ella sigue sin aparecer. Seguro salió con sus amigas, asume. ¿En qué momento salió? Él no se movió del sillón en todo este tiempo. La puerta se abre y entra Samanta sonriente.

-Estaba en clase de equitación -dice cuando entra.

¿Por qué decidió comentarle eso ni bien llega? Es como si supiera en lo que él estaba pensando y le respondiera. ¿Desde cuándo hace equitación? No recuerda que eso fuera parte de la vida de Samanta. Además, ella odia los deportes y ¿de dónde había sacado un caballo? Tomás se da cuenta de que ella tiene el pelo mojado.

-¿Está lloviendo afuera? -le pregunta.

-No- responde ella.

Él asiente sin decir nada. Ella va hacia al cuarto. La sigue, pero cuando entra a la habitación ella no está. No hay nadie. ¿Dónde se metió? ¿Cómo hizo para perderla en un departamento de tres ambientes?

Samanta está preparando unos huevos fritos. Los dos charlan y se ríen. Ella siempre los revolea para hacerlos bien de los dos lados. Cuando el huevo cae en la sartén una gota de grasa salpica y se prende fuego un repasador. Las llamas se extienden rápidamente. Toda la cocina se está incendiando. Tomás la mira a Samanta pero ella desapareció. Intenta gritar su nombre, pero no puede, no le salen las palabras. Sale de la cocina para buscarla y comprueba que toda la casa está ardiendo. ¿Cómo hizo el fuego para expandirse tan rápido? Él comienza a buscarla desesperado por todas las habitaciones, hace fuerza para gritar su nombre, pero de nuevo no sale ni un sonido. Las llamas lo rodean. Tiene que escapar. Él se desespera, quiere correr, pero sus piernas no se mueven, no le responden. Está quieto en el mismo lugar. Tiene que salir de ahí.

Tomás está en la cama. El departamento está en perfectas condiciones, no hay rastros del fuego y tampoco de Samanta.

CARTAS REUNIDAS

Fede: ¿Cómo va? Tanto tiempo sin vernos, en realidad sin que vos me veas a mí, porque yo te vi anoche en esa entrevista que diste, tan intelectual él, opinando sobre los temas de actualidad como si de verdad supieras algo. Tirabas frases haciéndote el profundo y el erudito, te querés parecer a Borges y lo único que tienen en común es que a ninguno de los dos se les entiende la letra. Haciendo cuentas creo que hace como siete años que no me ves, desde ese día que retiraste tus cosas de mi casa. Me acuerdo de que te llevaste tu ropa, tus jueguitos, algunas boludeces y muy pocos libros. ¿Qué dirían si se enteraran de que a “el gran escritor argentino” le chupaban un huevo sus libros? ¿Que lo que más le importaba era irse detrás del culito parado de una pendeja con aires de artista? Porque eso es lo que sos ahora, una eminencia en el mundo de las letras, cómo te debe gustar que te digan eso. Seguro que cuando te cogés a alguna fan te la imaginás diciéndote “sí, mi eminencia, así, qué grande la tiene” y todos sabemos que lo único que tenés grande es el ego.

Ayer me di cuenta de que todavía ando dando vueltas por tu cabeza. Cuando hablaste del Ulises te delató. Porque no sé si te acordás pero a vos no te había gustado, se te había hecho denso y no lo entendiste mucho, después yo te comenté lo que a mí me había parecido genial y tu respuesta fue un “sí, puede ser”. Y ahora, caradura, te veo en la tele diciendo mis argumentos palabra por palabra. Repitiendo lo que yo te dije como si fueran genialidades tuyas y es todo una mentira. Vos y yo sabemos que sos una mentira. ¿Acaso no te acordás cómo fue que escribiste el primer cuento que te hizo conocido? Porque yo me acuerdo perfecto. Te refresco por si te olvidaste de dónde venís. Todos los miércoles volvías frustrado del taller de escritura quejándote de que a nadie le gustaban tus relatos de terror. Que te menospreciaban porque lo consideraban un género menor y que lo que más bronca te daba era que vos eras él único “viejo”. Un tipo de 30 años con un trabajo en una empresa rodeado de pendejos con aires de artistas mantenidos por la plata de los papás. Pensándolo un poco, veo que también eras un poco envidioso y resentido. Recuerdo cómo una semana decidiste burlarte de tus compañeros y escribir un cuento con todos los clichés que ellos usaban. El primero fue buscarle un nombre raro al protagonista, porque ellos no los llamaban Matías, Pablo o Sebastián, no, en sus historias los nombres eran Efraín, Doménico o Nicanor. Después era contar una historia de un joven con una crisis de identidad, alguien que no hacía nada y se la pasaba reflexionando en su departamento. Y el final tenía que ser abierto, muy abierto, que parezca que el personaje había cambiado su vida o que se suicidaba. Listo, lo escribiste cagándote de risa en una tarde. Me acuerdo de que cuando me lo leías te tentabas y no podías seguir, así de estúpido te parecía. Llegó el miércoles y después del taller me contaste con más risas que les había encantado, que les parecía el mejor cuento de los que se habían leído desde que había comenzado el curso, hasta dijiste que eran todos unos boludos, eso no me lo olvido. Pero unos días después te mandó un mail el profesor diciendo que quería que mandaras tu cuento a un concurso, que para él tenías muchas chances de ganar. Ahí ya no te reíste más y te lo tomaste en serio. Y mucho menos después de ganar y de que te ofrecieran hacer un libro de cuentos. Vos les mostraste tus relatos de terror y no les gustaron nada, tu editor te pidió que escribieras más del estilo del cuento premiado. Deprimido volviste a casa y te pusiste a escribir con un estilo que no era el tuyo. Fuiste un mercenario de la fama. Todo era una pantomima, te convertiste en un esclavo de un chiste que nadie entendió. Porque hasta para eso sos malo, ni siquiera servís para escribir chistes. Igual, cuando salió el libro y fue un éxito todo se te pasó, llegaron los elogios y te creció el ego. Lo peor es que ahora de verdad crees que sos un buen escritor, con una sensibilidad especial, pero no. Llevás siete años contando un chiste y todavía nadie se rio. Sos uno de los fracasos más grandes de la Argentina, el único problema es que esto sólo lo sabemos vos y yo.

La semana pasada leí una entrevista a Mariana Enríquez, ella sí es exitosa por escribir terror, no como vos. Estoy segura de que leíste sus libros y esta entrevista. La cosa es que en un momento le preguntan por vos, qué opinaba y ella, con la honestidad brutal que la caracteriza dijo: “Estoy segura de que escribe bien, pero no es un estilo que me atrae, así que no lo leería”. ¡Cómo te debe haber dolido! De todas las cosas que escribió esa debe ser la que más te horrorizó.

¿Sabés que todavía tengo tus libros? Es una linda colección. Me acuerdo de que a vos te gustaban particularmente los diarios y las cartas de grandes escritores. Pensar que la tecnología mató a las recopilaciones de cartas. ¿Qué van a hacer ahora? ¿Mails reunidos? ¿Tuits seleccionados? ¿Las conversaciones de whatsapp? Igual las tuyas serían un embole, todas iguales. Miles de mensajes tuyos a pendejas de 23 años diciéndoles “¿Me mandás una foto de tus tetitas?”. Encima usas el diminutivo, para que quede más pajero y patético. La verdad que para considerarte una persona inteligente sos bastante pelotudo chamuyando. Agreguemos esos dos adjetivos a tu definición: pajero y pelotudo.

Hoy, antes de escribirte, repasaba el libro que te habías comprado en Chicago, el de las cartas reunidas de Hemingway, que en la primera página tenía una dedicatoria larguísima de un padre a un hijo despidiéndolo porque se iba a la universidad y que esperaba que su vida estuviera llena de aventuras y viajes como la del gran escritor. Cuando terminaste de leerlo me dijiste que esa te había parecido la mejor carta de todo el libro y que algún día te gustaría escribir como ese señor desconocido. Después te pusiste triste porque no entendías cómo alguien podía haber vendido ese libro a una librería de usados. Te imaginaste veinte mil situaciones y todas eran un bajón, que el hijo era un insensible o que uno de los dos había muerto y que ver el libro podía ser un recuerdo demasiado doloroso. Cuando volvimos a Buenos Aires decidiste que ibas a coleccionar libros con dedicatorias, me acuerdo de que fuiste un día a pasear por la avenida Corrientes; volviste sonriendo y con diecisiete libros. Trajiste de todo, un La edad de la inocencia en la que un chico trata de reconquistar a una novia, un Bestiario dedicado de un alumno a su profesor y como cinco El Principito, todos de parejitas jóvenes. Hablabas de ellos como si fuesen obras raras, valiosísimas. Como si fueran primeras ediciones inconseguibles. A los pocos meses se te ocurrió que tenías que hacer un libro de dedicatorias reunidas, pero nunca lo llevaste a cabo. ¿Qué pasó con ese Federico? ¿En qué momento se perdió entre todos los elogios? Releyendo esta carta me doy cuenta de algo que tardé todos estos años en descubrir. Finalmente sé el motivo por el que no te llevaste tu colección de libros, porque tenerlos ahí te recordarían todo el tiempo que no sos el Federico que querías ser.

Seguro estás leyendo esta carta y pensando “¿quién mierda se cree que es esta piba?” Y la verdad es que ni yo sé muy bien quien soy. Sé que cuando salíamos no fui la novia ideal, que tenía mis mambos y mis vueltas. Que había días que me bajoneaba porque sí y lo único que hacía era tratarte mal sin que vos tuvieras la culpa. Pero para mí hacíamos una buena pareja. ¿Sabés que es lo que más extraño? Nuestras tardes leyendo cada uno un libro en el sillón. Decíamos que esas eran nuestras escapadas de fin de semana. También extraño cuando nos corregíamos nuestros cuentos, cada uno los de su respectivo taller y cómo me decías que yo escribía cosas que vos nunca ibas a poder escribir. Si la gente supiera que “El gran escritor argentino” me decía eso. Cuando te hiciste famoso me podrías haber dado una mano, por el pasado en común. Te decía que no sé muy bien quién soy pero sé quién no quiero ser. A esta edad todos me preguntan cuándo me voy a casar y tener hijos, incluso mis amigas y la verdad es que yo no quiero ser eso, no quiero ser madre y esposa. Pensándolo un poco veo que tenemos más cosas en común de las que creía. Porque yo también fui muchas Lauras, al principio fui una boluda que lloraba por vos, después fui una Laura que usaba a los hombres, quise ser una Laura escritora, pero no tuve el éxito que tuviste vos. Más adelante fui una Laura mística, hice yoga, terapias alternativas, meditación, iba a que me tiraran el tarot, todo. Por un tiempo me copó hasta que un día me hinché los ovarios y lo fui dejando de a poco. Ahora mi terapia es una copa de vino y un buen libro, así que no leo ninguno de los tuyos en ese momento. Perdón, el chiste estaba servido.

Ya termino, Fede, quédate tranquilo. ¿Sabés por qué te escribí en realidad? No fue para decirte que eras un envidioso, resentido, mercenario, fracasado, patético, pelotudo y pajero. Tan sólo aproveché la ocasión para que veas que no todo el mundo te idolatra y también para sacarme las ganas. Te escribo porque tengo un plan, o algo parecido a eso. ¿Cómo es vivir una mentira? En la tele se te ve feliz. ¿Sos feliz? Me imagino que sí. Cumpliste tu sueño de ser escritor, tenés plata, mujeres, fama, y yo acá insultándote por carta. ¿Te imaginás si algún día se te termina el sueño? Que de repente todos se enteraran la verdad sobre vos, que en realidad te estabas burlando de tus lectores. Conociéndote se que no podrías soportarlo. Pero ¿sabés qué? Yo también quiero ser feliz, así sea a costa de una mentira, ¿qué tiene de malo? ¿no? ¿Todavía tenés tus cuentos de terror? Ahora que sos un escritor prestigioso seguro te dejan publicarlos. O quizás sos vos el que no quiere porque tenés miedo de que eso arruine tu impoluta reputación. Bueno, mi idea es esta: Los presentás en la editorial diciendo que son de una conocida tuya (yo) y que te parecen excelentes, incluso te ofrecés a escribir el prólogo del libro de cuentos. Con esa oferta y con tu aval van a agarrar viaje de una. Si todo sale bien ganamos los dos, vos al fin vas a poder publicar esos cuentos y yo también me convierto en escritora. Pensalo. ¿Qué te hace una mentira más? Al menos ahora vas a estar ayudando a alguien.

Bueno, espero que no tardes muchos en responder. Ya sabés que a veces puedo ser un poco ansiosa.

Besos

Laura.

 

 

 

 

Qué lindo que es Beckham

Jugar contra Inglaterra es siempre un hecho importante y mucho más si es en un mundial. Nosotros ganamos nuestro primer partido, ellos empataron. Una victoria nos asegura la clasificación, pero un empate igual nos viene bien. Como nos dijo el técnico: “Lo importante es no perder”. Semanas antes del partido los periodistas nos preguntaban si íbamos a ganar por los pibes de Malvinas, ya pasaron como 20 años de eso, que no me rompan las pelotas, yo solo quiero jugar al fútbol y ganarle a quien tenga enfrente. La figura de ellos es David Beckham, el jugador que desde que llegó al Real Madrid no para de vender camisetas, el que además trabaja como modelo para las marcas más caras de Europa y que está de novio con una de las Spice Girls. Él a veces juega de doble 5, para ser salida y dar el primer pase, otras lo hace de 8 y si juega en esa posición lo voy a tener que marcar yo. Las indicaciones que me dio el técnico fueron clave, estarle encima todo el tiempo, para que no se la pasen y nunca dejarlo tocar para adelante. Eso es porque en el pie derecho tiene un guante, puede meter un pase milimétrico y ni hablar si le das un tiro libre, te la clava al ángulo. Esa fue una indicación que dio para todos, no hacer faltas cerca del área.

Estamos en el túnel formados para salir, ahí está él, justo quedó parado a mi lado. Lo miro para intimidarlo y veo sus ojos, son de un celeste intenso, como el océano en una película. Los míos son marrones como el mar de San Clemente. Mi cara es redonda, un niño la puede dibujar fácilmente, la de él tiene líneas, geometría, detalles, luces y sombras como un dibujo que debería estar en un museo. Las dos filas comienzan a salir al campo de juego y yo lo sigo mirando. Qué lindo que es Beckham.

Nosotros ganamos el sorteo así que sacamos, mejor porque puedo ver dónde se para. Se ubica por la derecha así que tengo que marcarlo yo. La pelota empieza a rodar y nosotros a correr. La hacemos circular, de a poco entramos al campo de ellos. El técnico me dijo que no me mande mucho al ataque, que no descuide mi espalda, un pelotazo de Beckham puede sacar una contra letal. Así hicieron el gol en el primer partido. Lo miro concentrado, es fácil no perderlo de vista con su pelo rubio y esa cresta perfectamente peinada. Ya pasaron unos cuantos minutos y no se le movió ningún pelo, yo ya los tengo pegados a la cara. ¿Cómo hace? Pareciera que realiza sus dos trabajos juntos, juega y además modela, está perfecto para las fotos de los diarios y revistas de todo el mundo. Uno de nuestros jugadores tira un centro que el arquero de ellos agarra con facilidad. Beckham empieza a correr y yo lo sigo. Vuelvo a pensar, qué lindo que es Beckham.

El partido es muy trabado, ninguno de los dos equipos puede hacer más de dos pases seguidos. Las pocas veces que se la pasaron a él tuvo que jugar para los costados porque fui a presionarlo con todo. Ahora recibe de espaldas, me le voy encima para que no se dé vuelta. Me pone la cola para frenarme, siento la transpiración de su cuello. Trato de pasar mi pierna por entre las suyas para sacarle la pelota. Su cola se pega a mi pija. La tiene dura, bien formada, mejor que la de mi novia. Él toca para atrás con uno de sus defensores y la jugada empieza de nuevo. Me quedo pegado a él un rato más. Por dios y la virgen, qué lindo que es Beckham.

Termina el primer tiempo. Él técnico nos felicita. Nos dice que sigamos así, marcando, esperando a que ellos se equivoquen para poder ganarlo.

Ni bien arranca la segunda mitad hay un corner para nosotros. Ahora él me marca a mí, es él quien me persigue y no al revés. Me rodea con sus brazos para que no me escape, me aprisiona. Tira de mi camiseta como si quisiera sacármela y yo tiro de la suya. Siento su olor y no huelo transpiración. ¿se habrá puesto perfume en el entretiempo? ¿lo habrá hecho por mí? El centro es pasado, uno de nuestros centrales cabecea. La pelota se eleva, pasa por arriba del arquero, va a entrar, pero pega en el travesaño y se va a afuera. Vuelvo a mirarlo a él.  La puta madre, qué lindo que es Beckham. ¿cómo hace para ser tan perfecto? ¿Usará alguna crema? Si supiera inglés se lo preguntaría.

Lo estoy marcando cuando, de repente, toca de primera y pica a mi espalda. Se me va, se escapa solo, lo bajo de atrás. Escucho el silbato del réferi. Él se para y se acerca, enojado sus rasgos perfectos se notan aún más. Se me viene al humo, pega su cabeza contra la mía. Me insulta, pero no entiendo lo que dice. Me habla pegado a la cara. Nuestras narices rozándose, nuestros labios distanciados por tan solo unos pocos centímetros. El réferi llega a separarnos y me muestra la tarjeta amarilla. Valió la pena. La concha de la lora, qué lindo que es Beckham. A lo mejor nuestro arquero que juega con él sabe qué crema usa. Quizás lo vio en el vestuario poniéndose algo. O se lo contó en una charla mientras estaban comiendo, cuando ya no sabés de que hablar.

El partido continúa, pierdo la noción del tiempo. Yo lo sigo con la mirada y él a mí. Nos perdemos en la cancha frente a millones de espectadores. Nos buscamos el uno al otro en el césped, en esta alfombra verde que amortigua nuestras caídas cuando saltamos a cabecear juntos y nuestros cuerpos se entrelazan. Cuando siento toda la perfección de sus músculos. No dejo de pensar en este reverendo hijo de puta, qué lindo que es Beckham. Igual, ¿cómo le pregunto lo de la crema? “Discúlpame, ¿sabés qué se pone Beckham en la cara para ser tan hermoso?”. Va a pensar que soy puto. Encima se lo va a contar al resto de los pibes y me van a joder hasta cuando me retire.

Escucho el silbatazo que marca el final. Él extiende su mano para saludarme, me dice algo con esa voz dulce que tiene, pero no le entiendo. Me hace el gesto de intercambiar camiseta, acepto. Lo veo en cueros y se le marcan todos los abdominales, a mí ninguno. Él me da su camiseta llena de su olor y yo la mía apestando a transpiración. Me sonríe y le sonrío. Me acerco a abrazarlo. Nuestras caras vuelven a juntarse. Le toco el pelo y se ríe. Un periodista nos interrumpe para hacerme una nota. Lo miro serio y con mala cara. Me dice que fui la figura del partido porque en ningún momento dejé solo a Beckham. Mientras agradezco lo veo partir con mi camiseta.

Ya pasaron veinte años de ese partido, estoy en mi casa viendo la tele con un whisky en la mano. Mi esposa está leyendo en la cama y mi hijo está encerrado en su cuarto haciendo vaya a saber qué cosa. Estoy cambiando de canal y me detengo cuando veo su cara, tan perfecta como la única vez que nos vimos. Incluso se podría decir que más hermoso que antes, es como el whisky que estoy tomando: mejoró con veinte años. Me quedo viéndolo, no le puedo sacar los ojos de encima. Él ahora es el manager de un equipo de fútbol de Los Ángeles, administra miles de millones. Yo soy el dueño de una flota de tres taxis. En la entrevista repasan su carrera, su debut en primera, su gol más importante y los torneos ganados entre otros temas. En un momento le preguntan quién fue el jugador que mejor lo marcó. De repente un silencio invade la casa, la heladera deja de zumbar, el perro para de ladrar y mis vecinos ya no discuten a los gritos. Sólo percibo que él dice mi nombre, es la primera vez que lo escucho salir de sus labios. Me quedo embelesado, hipnotizado, mirándolo. Me doy cuenta de que Beckham también me recuerda, como yo, que nunca dejé de pensar en él.

Mi esposa baja e interrumpe mis pensamientos, me mira a mí y después mira a la tele. Sin sacar los ojos de la pantalla me pregunta:

-Este Beckham, ¿tiene tu misma edad?

-Es tres años más grande – le comento.

– Hubiera jurado que es mucho más joven -dice.

Yo la miro por unos segundos, luego vuelvo a ver su cara en la tele y le respondo: – Seguro se pone alguna crema que sale fortunas.

 

El Viejo Pérez

En el año 2002 yo tenía 19 años y fue la primera vez que vi a mi viejo llorar desconsoladamente, esas cosas nunca se olvidan. Fue un martes, el día en el que se dio cuenta que tenía que cerrar el lavadero de autos. La crisis nos había golpeado feo. A principios del 2001 él había sacado un crédito para poder comprarlo. La devaluación hizo que pagar el préstamo se volviera casi imposible y la crisis hizo que la gente dejara de llevar su auto a lavar. “Para qué voy a gastar guita si lo manguereo yo en la puerta de casa”, pensaban. Ahí fue la primera vez en que me di cuenta de que ya no éramos clase media, que pasamos a ser, lisa y llanamente, pobres. No es que ante nos sobrara la plata, pero tampoco nos faltaba. Mi papá tuvo que vender el auto para terminar de pagar el crédito, después de eso consiguió unas changas que le permitieron ir tirando. Mi mamá se puso a cocinar unas tortas que llevaba al club del trueque y ahí conseguíamos un par de cosas más. Yo salí a buscar trabajo, pero era casi imposible encontrar algo. Mis amigos estaban en la misma. Un día tomando unas birras con Juani, el Laucha y Nacho se nos ocurrió la idea. En realidad, fue a Nacho, que le gustaba ver películas. Dijo que teníamos que robarle guita a los que más tenían, a esos garcas que nos habían dejado en esta. Ellos se habían mandado todas las cagadas, la habían juntado en pala y ahora nosotros teníamos que sufrir por su culpa. Envalentonados por el escabio la idea nos fue gustando. Juani contó que tenía un compañero de la UBA forrado en plata y creía que el viejo era gerente de un banco o algo así. Además, estaba seguro de que el tipo, al laburar en un banco, había sacado sus ahorros antes de que lo agarrara el corralito y que seguro los tenía en la casa. Todos acordamos que ese debería ser nuestro primer robo. Lo aceptamos así, como algo natural, como si fuera un plan más que estábamos organizando, nada distinto a armar una fiesta o un partidito de fútbol en las canchas de la vía. Ninguno tenía armas y tampoco queríamos usarlas, ese fue otro arreglo al que llegamos, entrar, robar y salir. El Laucha fue el más piola de todos, a la semana fue al cerrajero del barrio y le dijo que quería que le enseñara el oficio así podía tener una salida laboral a futuro. “Usted no me paga nada, yo solo quiero aprender y de paso se liga un ayudante gratis”; obvio que el viejo agarró viaje. A los pocos días el Laucha ya sabía abrir cualquier cerradura con las herramientas más básicas, desde un taladro pasando por un martillo y un destornillador hasta terminar con una radiografía. Juani se puso a investigar para ver cómo podíamos hacer para desconectar la alarma. Intentó llamar a las distintas sucursales para ver si conseguía un manual, una pista o algo. Finalmente, en un foro de internet encontró un documento que tenía el código maestro para desactivar cada alarma según la compañía proveedora.

Queríamos entrar a robar a la casa del gerente cuando no hubiera nadie, sin embargo no sabíamos cuándo él y su familia no iban a estar. Vigilamos la casa con carpa, pero nada. Hasta que un día Juani llegó todo entusiasmado y nos contó que había escuchado al pibe decir que ese fin de semana se iban a Cariló. El viernes a la noche estábamos todos parados en la vereda de enfrente espiando. Nos habíamos vestido de negro y comprado pasamontañas para camuflarnos con la noche. Esa fue otra idea que Nacho sacó de una película. A las ocho de la noche la familia salió con el auto cargado. Era nuestra oportunidad. Por las dudas esperamos dos horas más antes de entrar, no vaya a ser cosas que se olvidaran algo y justo volvieran cuando nosotros estábamos adentro. La casa era uno más de los chalets de Vicente López. Otra genial ocurrencia, robar bien lejos del barrio. Y que está más lejos de Lanús que Zona Norte. El Laucha nos había avisado que abrir la puerta iba a hacer un poco de ruido así que yo llevé un parlante y puse la música al palo, los vecinos iban a pensar que se trataba de una joda y nadie se iba a poner a chusmear. En cinco minutos la puerta estaba abierta. La alarma empezó a activarse, pero para nuestra sorpresa, los códigos que Juani había conseguido funcionaron perfectamente. Entramos y nos dividimos para recorrer la casa. En el armario del cuarto encontramos la caja fuerte, la abrimos a martillazos limpios. Una caja fuerte chiquita es una boludez abrirla, no sé para qué en las películas buscan expertos. De la casa nos fuimos con ochenta mil pesos, unas joyas de la vieja y la playstation del compañero de Juani. En la casa del Laucha donde nos dividimos todo. Nuestra justicia social sólo llegaba hasta “robar a los ricos” porque después cada uno se patinó la plata como se le cantó. Ni siquiera nos preocupamos en darle algo a nuestras familias, al revés, la usamos para escapar de ellas. Nacho se llevó a la novia a la habitación más cara de un telo de Panamericana, el Laucha la gastó tuneando su Volkswagen Gol, y yo esperé hasta el lunes y me compré unas Nike a las que les tenía ganas. Juani se fue al cabaret Venus con ganas de enfiestarse con dos rusas tetonas que nunca le daban ni la hora porque sabían que no tenía un mango. Esa noche iba a desquitarse. Ahí fue la primera vez que se cruzó al viejo Pérez. Jamás pensó que en ese lugar se iba a encontrar a la persona más mala onda del barrio, pero ahí estaba. Arreglado como siempre, bien prolijo, con la camisa adentro del pantalón y el pelo peinado para atrás con gel. Tomando un whisky con hielo y con su característica cara de orto.

Unos meses después, envalentonados con el éxito de nuestro primer robo y viendo que la plata se nos terminaba empezamos a planear el segundo. El principal problema era que no sabíamos a quién robar, nuestros contactos con gente rica había sido uno solo y listo. Comenzamos a tirar otras opciones, se nos ocurrió que tenía que ser un lugar en el que hubiera plata en efectivo. Si bien el botín de la otra vez había sido generoso, vender las joyas había costado un huevo. En la calle Libertad se daban cuenta que eran robadas y que nosotros éramos unos pichis. Al final nos terminaron dando un cuarto de lo que valían.  El Laucha sugirió que robáramos una concesionaria, ahí seguro había plata y el dueño, sin ninguna duda, tenía que ser un garca. La desestimamos rápido, esos lugares siempre tienen las mejores alarmas y la policía iba a llegar antes de que pudiéramos irnos. Después de mucho pensarlo Nacho sugirió un supermercado, las cajas de seguridad están llenas de efectivo. Fuimos a un par de súpers de las grandes marcas y eso nos sirvió para darnos cuenta de que ahí era imposible. Después de los saqueos del 2001 había mucha seguridad y además cuando terminaba el día se llevaban la plata para otro lado. Yo tiré que los supermercados de barrio no podían tener esa seguridad y ahí encontramos nuestro próximo golpe. Nuestra cruzada justiciera había durado un solo robo, pasamos del gerente de un banco a un supermercado de barrio, un laburante que seguro sufría la crisis tanto como nuestra familia. El lugar elegido fue un supermercado chino de Saavedra. Llegamos a las diez de la noche con nuestros uniformes negros. La seguridad era un portón con una cadena y un candado, una boludez para el Laucha que por las dudas había llevado todas sus herramientas. Entramos y empezamos a revisar. Yo fui a las registradoras, Juani y el Laucha al depósito y Nacho para la carnicería. A los pocos segundos escuchamos el aviso de los chicos diciendo que habían encontrado la caja fuerte y el golpeteo del martillo del Laucha intentando abrirla. Sin embargo, enseguida tuve que salir corriendo hacia donde estaban ellos. Primero hubo unos gritos y después un golpe seco. Al llegar vi al chino tirado en el piso con un cuchillo en la mano. Tenía los ojos abiertos y alrededor de su cabeza se estaba formando un charco de sangre. Juani tenía un tajo en el brazo y lloraba, el martillo del Laucha estaba manchado con sangre y tenía unos pelos pegados. El Laucha comenzó a golpear la caja fuerte con toda su furia:

– ¡La puta que los parió! ¡Cómo no se dieron cuenta que el chino dormía acá!

Cuando la caja se abrió él seguía aporreándola con el martillo. Tuve que separarlo yo mientras Nacho metía los billetes en un bolso. Cuando llegamos al auto me largué a llorar, El laucha seguía puteando mientras manejaba el Gol a toda velocidad y Nacho, siempre tan racional, trataba de calmarlo para que no nos parara la policía porque si eso pasaba íbamos a ir presos como veinticinco años. Nosotros éramos chicos de barrio, en la cárcel nos iban a comer crudos, no íbamos a aguantar. Juani se había vendado el brazo con la franela del auto. Todo ese viaje fue en silencio. Ninguno sabía cómo seguir, se suponía que robábamos para tener un poco de plata, como una travesura, pero ahora habíamos matado a un hombre, algo había cambiado para siempre. De este robo sacamos 36 mil pesos, menos de la mitad del anterior. Esa noche dijimos que no íbamos a volver a robar. Durante una semana no nos hablábamos, la noticia salió en los medios y al poco tiempo fue reemplazada por otra. De a poco volvimos a llamarnos y a juntarnos. Estar en nuestras casas era una tortura, queríamos escapar de lo que pasaba ahí y de nuestros pensamientos que siempre nos llevaban a esa noche. Con el tiempo volvimos a gastar nuestro botín. Y esta vez lo hicimos en exceso, como si deshacernos de la plata fuera una forma de sacarnos la culpa.

Yo me puse a comprar ropa de marca, tanta que mi placard me empezó a quedar chico. Nacho, en malcriar a su novia: le compraba vestidos, colgantes y la llevaba a comer afuera. El Laucha había convertido el Gol en un Fórmula 1 y varias noches iba a correr picadas a Ciudad Universitaria. Juani iba al Venus. Él ya se había vuelto un habitué para ese entonces, las chicas lo saludaban por su nombre y nos contaba que el primer viernes de cada mes veía al viejo Pérez. Nunca faltaba. Todas las veces estaba igual. Con la camisa adentro del pantalón, el pelo peinado para atrás con gel y siempre pero siempre con la misma cara de orto. Nunca sonreía, por más que estuviera rodeado de las putas más lindas de Zona Sur.

Nuestro acuerdo de no volver a robar duró apenas unos meses. La excusa fue que lo hacíamos para vengarnos. Todo empezó por culpa de Laurita, ella era una amiga nuestra del barrio. Laura tenía un gato llamado Chayanne que, como a todos los animales de su especie, le gustaba salir a pasear por el barrio. En algunos de sus viajes se metía en el jardín trasero de Pérez quien le tiraba piedras al gato para echarlo. En realidad, el viejo le tiraba piedras a cualquier ser vivo que se asomara a su propiedad. Dicen que una vez le acertó con una piedra a una paloma y que esa fue la única vez que lo vieron sonreír. Una noche Chayanne no volvió a su casa, ni al día siguiente ni los sucesivos. Fueron inútiles los carteles de “PERDIDO” que pegó Laurita, su gato no aparecía. Ella tenía la certeza que el viejo, cansado de sus intromisiones, lo había matado. Por eso nuestro objetivo fue el viejo Pérez. Sabíamos que el primer viernes de cada mes iba al Venus durante varias horas, así que ya teníamos el día y horario. Por las dudas, y como faltaban dos semanas para la cita del viejo con el cabaret, quisimos investigar sobre él para ver qué más podíamos averiguar.

Al poco tiempo descubrimos que el viejo Pérez era un misterio en el barrio, nadie tenía ningún dato sobre él. Lo poco que sabíamos era lo siguiente: Se había mudado en el ‘83 a su casa. Siempre hablaba en imperativo cuando salía a comprar: “Dame La Nación”, “Poneme un kilo de asado”, “lléname el tanque”, bueno, ya entienden.  También era muy ordenado y prolijo. Juani se enteró que, en el Venus, las chicas que pasaban con él después no querían volver a atenderlo.  Y el último dato, quizás el más importante para nosotros, tenía mucha plata. Nadie sabía cómo la había hecho, sólo que la tenía. Ni siquiera sabíamos su verdadero nombre para así averiguar de dónde provenía su fortuna. Cuando le preguntaban cómo se llamaba decía Juan Pérez, andá a buscar en internet Juan Pérez, ochocientos millones de resultados te salen. Además, era obvio que era un invento suyo, quisimos espiarle el correo para ver si descubríamos su verdadero nombre, pero nunca pudimos.

Llegó el primer viernes de mayo y vestidos con nuestros negros uniformes nos preparamos para nuestro trabajo. El Laucha abrió la puerta enseguida y de nuevo nos dividimos en grupos. Nacho y yo nos quedamos en la planta baja y Juani y el Laucha se fueron al piso de arriba. No encontrábamos nada en nuestro piso hasta que descubrimos que debajo de una alfombra había una puerta que llevaba a un sótano. La abrimos y bajamos. Si estaba tan escondida debía ocultar algo importante. Al bajar la escalera vimos que el sótano estaba divido en dos cuartos claramente construidos por el viejo. Entramos primero al de la derecha y ahí fue cuando descubrimos el horror. Atado sobre una mesa estaba Chayanne, tenía un ojo quemado por un cigarrillo, parte de su cuerpo estaba despellejado y lo peor de todo: seguía vivo. Nacho, apiadándose del animal lo agarró de la cabeza y se la empezó a retorcer haciendo mucha fuerza hasta que finalmente le pudo romper el cuello poniéndole fin a su sufrimiento. Fue ahí cuando escuchamos que el Laucha gritó “¡volvió el viejo!”. Justo ese viernes la policía había decidido clausurar el Venus por lo cual Pérez decidió volver a su casa sólo para encontrarse con que estaba siendo robada. El Laucha pudo salir corriendo. Desde abajo escuchamos un disparo, el viejo tenía un arma y le había disparado a nuestro amigo, por suerte no le dio y pudo escapar. Juani saltó desde la ventana de la habitación al jardín y desde ahí, al igual que el Laucha, saltaron la medianera a la casa de al lado. El problema para nosotros era que estábamos atrapados en el sótano. Podíamos escuchar cómo lentamente Pérez bajaba las escaleras. Decidimos escondernos en el cuarto donde estábamos, esperando agazapados a ver si podíamos sorprenderlo y así escapar. Sus pasos se acercaban cada vez más y al llegar a la puerta se detuvieron. De repente escuchamos que abría el picaporte del otro cuarto y entraba a revisarlo. Esa era nuestra oportunidad. Salimos corriendo hacia la escalera. Al escucharnos, el viejo salió apurado de la habitación y disparó. Escuché a Nacho gritar, me di vuelta y vi que la bala le había dado en la pierna. Pérez levantó su arma nuevamente, pero esta vez apuntando hacia mí. Con toda la fuerza que pude juntar logré terminar de subir las escaleras y escaparme abandonando a mi amigo. Corrí hasta quedarme sin aire. Cuando me junté con Juani y el Laucha les conté entre lágrimas lo que nos había pasado. Les insistí para que fuéramos a la policía, pero ellos se negaron rotundamente. Amenacé con ir yo, pero con un par de golpes me hicieron entrar en razón. Si íbamos a la comisaria teníamos que explicar que habíamos entrado a robar y eventualmente iban a descubrir que, además, en un trabajo anterior, habíamos matado a un inocente. Nuestra amistad terminó esa noche, no por las peleas si no por el hecho de que no podíamos mirarnos a los ojos. Los tres sabíamos que habíamos abandonado a nuestro amigo. A los pocos meses conseguí trabajo como cadete en una multinacional y con el tiempo fui ascendiendo, cuando pude ahorrar algo de plata me fui a vivir solo bien lejos de la casa del viejo. Juani se casó con su novia y pocos meses después de su luna de miel ella lo dejó por su jefe, el Laucha murió en un accidente en la ruta en el 2007.

Diez años después del robo, alertados por un espantoso olor, los vecinos llamaron a la policía. Cuando los uniformados ingresaron a la casa descubrieron al viejo Pérez muerto. También encontraron encadenado en el sótano a un hombre torturado hasta la locura. Él tenía la boca cosida y cuando los médicos se la pudieron abrir comprobaron que también le habían cortado la lengua. Un ojo se lo habían arrancado, tenía partes de la espalda despellejada y la mitad de su cuerpo había sido quemada por un soplete en reiteradas ocasiones. Sus rodillas estaban llenas de agujeros hechos con un taladro que de tanto usarlo tenía la mecha ya gastada.  En el brazo tenía una intravenosa conectada a un suero que lo alimentaba para mantenerlo vivo. Su mano derecha era una garra deforme de tantas veces que sus dedos habían sido fracturados, y sus uñas habían sido arrancadas una por una. Nunca pudieron identificar a la víctima, pero yo sabía quién era. Después de tantos años mi amigo seguía vivo. Él estaba en shock, no hablaba ni se movía. Lo internaron en un hospital de la zona para ver cómo podían salvarlo. Un día me metí entre los familiares de otros pacientes y escondido en un depósito esperé a que se hiciera la noche. Cuando todo estaba tranquilo y el policía que lo cuidaba se fue al baño me escabullí al cuarto de Nacho. Él abrió su único ojo al escucharme entrar. Nos miramos por unos segundos y una lágrima cayó por su cara. Estoy seguro de que en ese momento dijo mi nombre. Le desconecté el respirador y le puse una almohada sobre la cabeza. Nacho no ofreció resistencia.

Desde ese día nuca más volví al barrio, ni siquiera a visitar a mis viejos.

La vida de Diego Maradona

Diego Armando Maradona nació el 7 de marzo de 1954 y hasta sus 22 años tuvo una infancia normal, jugaba a la pelota con sus amigos, organizaban bailes, salidas y tuvo algunas noviecitas. Hasta que un año todo cambió: en 1976 debutó en la primera de Argentinos Juniors) otro Diego Maradona, el que todo el mundo conoce. Ese mismo día, el Maradona que no jugaba al fútbol también tuvo su debut, fue con una prostituta de 63 años llamada Noemí y el hecho se produjo gracias a un tío suyo que frecuentaba esos lugares y que lo llevó luego de afirmar “Ahora te vas a hacer hombre”. Los dos debuts quedaron grabados en la memoria de los protagonistas, uno sería recordado por el mundo entero y el otro le generaría un leve trauma a uno de los participantes.

En 1978, la selección argentina ganó su primer Mundial, pero lo hizo sin Diego, el técnico, Cesar Luis Menotti decidió no convocarlo por su corta edad. Ese mismo año, Maradona logró promocionar todas las materias de la carrera contabilidad y además decidió irse a vivir solo. Para celebrarlo organizó una reunión a la que concurren sus dos únicos amigos y en la que Maradona se permitió tomar tres copas de vino.

Los años siguientes, el futbolista se volvió cada vez más famoso y eso comenzó a alterar la vida de Maradona. Lo primero que tuvo que hacer fue cambiar su número de teléfono y llamar para dejar de aparecer en la guía telefónica. Cada vez eran más frecuentes los llamados de periodistas que buscaban a la joven promesa para una nota y también algunos empresarios que querían ofrecerle distintas oportunidades de negocio.  Una vez, uno de los reporteros no le creía que él no era el jugador y, luego de una larga discusión, Maradona terminó dando una nota haciéndose pasar por el futbolista. Si buscan en los diarios de la provincia de Córdoba en el año 80, puede que la encuentren.

Maradona, al ver crecer la fama de su tocayo, tuvo que enfrentarse a varias situaciones que afectaron aún más su vida. La pregunta más recurrente era si tenía algún parentesco con el jugador de fútbol. Cuando contestaba que no, dudaban de sus dichos y seguían insistiendo. Lo que más le molestaba era que igual nunca le prestaban atención a sus respuestas. Para comprobarlo optó por decir que era un primo lejano por parte materna. Todos asentían y nunca nadie se dio cuenta que si eran parientes por parte materna deberían tener distintos apellidos.

En 1982 Diego jugó su primer mundial, la selección tuvo un muy mal desempeño y el diez fue expulsado contra Brasil. Mientras tanto, Maradona se recibía de contador y entraba a trabajar en un pequeño estudio del que nunca se iría. Con su primer sueldo y en un acto de completo derroche, Maradona se compró dos corbatas extras que no necesitaba pero que le parecían muy lindas.

El siguiente hecho para destacar ocurrió en México 86. En esa copa del mundo, Diego se convierte en un genio del fútbol mundial y queda en la historia luego de hacerle a Inglaterra uno de los mejores goles de todos los tiempos. Unos meses después, Maradona tenía que rendir un examen de inglés en el Liceo Cultural Británico. Su profesor parecía un hombre serio y refinado, nadie hubiera sospechado que debajo de esa fachada se escondía un hooligan fanático del Newcastle quien, al ver que su alumno se llamaba igual que el hombre que los había humillado en el mundial, decidió reprobarlo.

A partir de ahí y hasta el año 90, se podría decir que fueron los peores años para Maradona, ya que se pasa a creer que Diego Maradona hay uno solo. Durante esos cuatro años la vida de Diego fue un suplicio, cada vez que solicitaba un servicio por teléfono la atención era perfecta y sus trámites se aceleraban de manera vertiginosa, pero en el momento en que llegaban a su casa ninguno podía ocultar su decepción al ver a un hombre flaco, narigón y pelado. Ese podría ser un gran resumen de su vida, una constante sucesión de caras decepcionadas. Lo peor fue cuando un policía, pensando que se estaba burlando de él, lo terminó llevando a la comisaria detenido, y obvio que al comprobar su error no le pidió disculpas, sino que tan sólo lo dejó ir con un “váyase”.

A sus 30 años, un 6 de agosto de 1988, Maradona se casó. Ese día el lugar estuvo lleno de familiares y amigos… de los empleados del registro civil. Cuando se corrió la bola de que ahí se iba a casar Diego Armando Maradona, el lugar se llenó de curiosos y fanáticos, todos pensaban que el astro lo hacía en secreto para despistar a los periodistas. Los familiares de los novios recién pudieron ingresar a los pocos minutos de comenzado el oficio, cuando todos los no invitados que habían llegado para conocer al futbolista desocuparon la sala al ver a un hombre flaco, pelado y narigón. Igual el más ofuscado fue el juez de paz, quien, pensando que iba a casar a su ídolo, se había vestido con la camiseta de la selección. Los testigos afirman que lo escucharon putear por lo bajo.

En 1990 la selección Argentina eliminó a Italia, el país anfitrión, en las semifinales del Mundial. Unos meses después, Maradona se encontraba sólo en su casa a punto de terminar un rompecabezas de 500 piezas cuando alguien golpeó a la puerta de su casa. Al abrir se encontró con dos matones que con un claro acento italiano comenzaron a golpearlo y a preguntarle en donde estaba Maradona. Cuando él les mostró sus documentos y ellos comprobaron su malentendido decidieron retirarse, no sin antes desarmarle todo el rompecabezas. La mafia también se los confundía. Por suerte, la ambulancia llegó enseguida cuando escucharon que los llamaba Maradona.

Unos años después, Maradona se fue de vacaciones a unas cabañas en La Pampa, a un pequeño pueblo alejado de todo el mundo. Él no sabía que esas vacaciones iban a cambiar parte de su vida. Mientras su esposa acomodaba las cosas en la cabaña, él se acercó a la recepción para hacer el check-in. Lo atendió un hombre alto, rubio y de ojos celestes; enseguida entendió por qué el complejo se llamaba “Estancia El Alemán”. Durante todo el proceso de registro, el hombre no le hizo ningún comentario sobre su nombre. Cuando terminó, le agradeció con una emoción que casi llegaba hasta las lágrimas. El dueño del lugar le dijo que no lo hizo porque que hay cosas peores. Maradona le dijo que nada podía ser peor que su padecimiento. El “alemán” le mostró su documento, su nombre era Adolf Hitler.

-Ah, entiendo- respondió Maradona y se retiró cabizbajo a su cabaña.

A partir de esas vacaciones, su esposa sintió que algo en él había cambiado, que las confusiones ya no lo fastidiaban tanto como antes. Maradona nunca le contó de su encuentro con Hitler.

En 1995 Diego volvió a jugar en Boca Juniors, el club de sus amores. Un domingo de noviembre, Maradona le mintió por primera y única vez a su mujer. Le dijo que iba al estudio contable a terminar un papeleo cuando en realidad iba a La Bombonera. Tenía la curiosidad de saber qué se sentía que cincuenta mil personas corearan su nombre. Ese día Maradona entendió a toda la gente con las que alguna vez interactuó: él también sintió decepción. Aunque todos repitieran su nombre con admiración, esos gritos no eran para él. Podrían haber estado exclamando por Juan Pérez y para Maradona hubiera sido lo mismo.

A los 60 años Maradona murió de un paro cardíaco. Un empleado de la funeraria vio el nombre de la persona que iba a ser velada ahí y por cincuenta mil pesos vendió la primicia a una página de chimentos. Todos los portales de noticias corrieron a actualizar sus ediciones online. La noticia conmocionó al mundo. Millones de personas lloraron su muerte durante varias horas, momento en el cual se comprobó que el futbolista estaba vivo y que quien había fallecido era un contador pelado, flaco y narigón.

Top 10 películas del 2019

Bueno, termina un nuevo año y como siempre hago mi top ten. Este fue uno de los años que menos películas vi: 144. Por suerte eso no significó que hubiera una baja en la calidad, de hecho, ocurrió todo lo contrario, es uno de los años en que más fácil se me hizo hacer este ranking. Sin más vueltas, vamos a la lista:

10. Long Shot: Para mí la “sorpresa” del año, una comedia romántica sin grandes pretensiones que me hizo reír mucho y que aborda algunos temas de actualidad sin volverse solemne en ningún momento.

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9. Rocketman: Lo que Rapsodia Bohemia debería haber sido. Así se hace la biopic de un músico, sin ocultar nada y usando la música en función de la historia

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8. Portrait de la jeune fille en feu: Si hace unos años me decías que en un top 10 mío iba a estar una película francesa de época me hubiera reído por un largo tiempo. O yo cambié mucho o así de buena es esta película. Una historia con amor, sororidad y llena de sutilezas, una belleza.

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7. The Mule: Tengo la teoría de que las películas de Clint Eastwood que él protagoniza son las mejores de su obra y esta ayuda a confirmar esa teoría. Un señor mayor se convierte en una mula para una banda de narcotraficantes y Clint aprovecha esta historia para, de paso, hablarnos sobre los distintos tipos de discriminación.

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6. The Irishman: Lamentablemente se habló más de su duración que de lo buena película que es. Todo lo que pasa está en función de la historia. Además de tener un elenco increíble, muchos de esos actores entregan sus mejores actuaciones en mucho tiempo.

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5. Joker: De esta seguro escucharon hablar mucho en miles de lugares así que no voy a decir nada nuevo. Joaquin Phoenix confirma que es uno de los mejores actores de su generación y la película está a la altura de su performance.

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4. Spider-man into the spiderverse: Soy fan de los dos directores de esta película y para mí acá hacen su mejor trabajo. Cuentan una excelente historia, con muy buenos chistes y un nivel de animación excelente. Una película que demuestra que hay otra forma de hacer películas de superhéroes.

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3. Marriage Story: La historia de cómo una pareja que se quiere divorciar en buenos términos no puede hacerlo. Las actuaciones de Scarlet Johansson y Adam Driver son increíbles. Todo lo que te cuenta lo sentís muy real y destaco que en ningún momento toma partido por ninguno de los dos.

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2. Parasite: Esta película en cualquier otro año hubiese sido mi puesto número uno. Es excelente. El director nos cuenta una historia sobre las diferencias de clases con muchísimo humor negro. Una película que con pocos recursos te muestra que se pueden contar las mejores historias, lo único que necesitás son buenas ideas.

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1. Dolor y Gloria: Almodóvar se pone a reflexionar sobre su vida y su carrera en esta película y lo hace de una forma hermosa. Evita caer en cualquier lugar común y nos entrega una cinta llena de poesía. Probablemente sea la mejor actuación de Antonio Banderas de toda su vida.

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