Qué lindo que es Beckham

Jugar contra Inglaterra es siempre un hecho importante y mucho más si es en un mundial. Nosotros ganamos nuestro primer partido, ellos empataron. Una victoria nos asegura la clasificación, pero un empate igual nos viene bien. Como nos dijo el técnico: “Lo importante es no perder”. Semanas antes del partido los periodistas nos preguntaban si íbamos a ganar por los pibes de Malvinas, ya pasaron como 20 años de eso, que no me rompan las pelotas, yo solo quiero jugar al fútbol y ganarle a quien tenga enfrente. La figura de ellos es David Beckham, el jugador que desde que llegó al Real Madrid no para de vender camisetas, el que además trabaja como modelo para las marcas más caras de Europa y que está de novio con una de las Spice Girls. Él a veces juega de doble 5, para ser salida y dar el primer pase, otras lo hace de 8 y si juega en esa posición lo voy a tener que marcar yo. Las indicaciones que me dio el técnico fueron clave, estarle encima todo el tiempo, para que no se la pasen y nunca dejarlo tocar para adelante. Eso es porque en el pie derecho tiene un guante, puede meter un pase milimétrico y ni hablar si le das un tiro libre, te la clava al ángulo. Esa fue una indicación que dio para todos, no hacer faltas cerca del área.

Estamos en el túnel formados para salir, ahí está él, justo quedó parado a mi lado. Lo miro para intimidarlo y veo sus ojos, son de un celeste intenso, como el océano en una película. Los míos son marrones como el mar de San Clemente. Mi cara es redonda, un niño la puede dibujar fácilmente, la de él tiene líneas, geometría, detalles, luces y sombras como un dibujo que debería estar en un museo. Las dos filas comienzan a salir al campo de juego y yo lo sigo mirando. Qué lindo que es Beckham.

Nosotros ganamos el sorteo así que sacamos, mejor porque puedo ver dónde se para. Se ubica por la derecha así que tengo que marcarlo yo. La pelota empieza a rodar y nosotros a correr. La hacemos circular, de a poco entramos al campo de ellos. El técnico me dijo que no me mande mucho al ataque, que no descuide mi espalda, un pelotazo de Beckham puede sacar una contra letal. Así hicieron el gol en el primer partido. Lo miro concentrado, es fácil no perderlo de vista con su pelo rubio y esa cresta perfectamente peinada. Ya pasaron unos cuantos minutos y no se le movió ningún pelo, yo ya los tengo pegados a la cara. ¿Cómo hace? Pareciera que realiza sus dos trabajos juntos, juega y además modela, está perfecto para las fotos de los diarios y revistas de todo el mundo. Uno de nuestros jugadores tira un centro que el arquero de ellos agarra con facilidad. Beckham empieza a correr y yo lo sigo. Vuelvo a pensar, qué lindo que es Beckham.

El partido es muy trabado, ninguno de los dos equipos puede hacer más de dos pases seguidos. Las pocas veces que se la pasaron a él tuvo que jugar para los costados porque fui a presionarlo con todo. Ahora recibe de espaldas, me le voy encima para que no se dé vuelta. Me pone la cola para frenarme, siento la transpiración de su cuello. Trato de pasar mi pierna por entre las suyas para sacarle la pelota. Su cola se pega a mi pija. La tiene dura, bien formada, mejor que la de mi novia. Él toca para atrás con uno de sus defensores y la jugada empieza de nuevo. Me quedo pegado a él un rato más. Por dios y la virgen, qué lindo que es Beckham.

Termina el primer tiempo. Él técnico nos felicita. Nos dice que sigamos así, marcando, esperando a que ellos se equivoquen para poder ganarlo.

Ni bien arranca la segunda mitad hay un corner para nosotros. Ahora él me marca a mí, es él quien me persigue y no al revés. Me rodea con sus brazos para que no me escape, me aprisiona. Tira de mi camiseta como si quisiera sacármela y yo tiro de la suya. Siento su olor y no huelo transpiración. ¿se habrá puesto perfume en el entretiempo? ¿lo habrá hecho por mí? El centro es pasado, uno de nuestros centrales cabecea. La pelota se eleva, pasa por arriba del arquero, va a entrar, pero pega en el travesaño y se va a afuera. Vuelvo a mirarlo a él.  La puta madre, qué lindo que es Beckham. ¿cómo hace para ser tan perfecto? ¿Usará alguna crema? Si supiera inglés se lo preguntaría.

Lo estoy marcando cuando, de repente, toca de primera y pica a mi espalda. Se me va, se escapa solo, lo bajo de atrás. Escucho el silbato del réferi. Él se para y se acerca, enojado sus rasgos perfectos se notan aún más. Se me viene al humo, pega su cabeza contra la mía. Me insulta, pero no entiendo lo que dice. Me habla pegado a la cara. Nuestras narices rozándose, nuestros labios distanciados por tan solo unos pocos centímetros. El réferi llega a separarnos y me muestra la tarjeta amarilla. Valió la pena. La concha de la lora, qué lindo que es Beckham. A lo mejor nuestro arquero que juega con él sabe qué crema usa. Quizás lo vio en el vestuario poniéndose algo. O se lo contó en una charla mientras estaban comiendo, cuando ya no sabés de que hablar.

El partido continúa, pierdo la noción del tiempo. Yo lo sigo con la mirada y él a mí. Nos perdemos en la cancha frente a millones de espectadores. Nos buscamos el uno al otro en el césped, en esta alfombra verde que amortigua nuestras caídas cuando saltamos a cabecear juntos y nuestros cuerpos se entrelazan. Cuando siento toda la perfección de sus músculos. No dejo de pensar en este reverendo hijo de puta, qué lindo que es Beckham. Igual, ¿cómo le pregunto lo de la crema? “Discúlpame, ¿sabés qué se pone Beckham en la cara para ser tan hermoso?”. Va a pensar que soy puto. Encima se lo va a contar al resto de los pibes y me van a joder hasta cuando me retire.

Escucho el silbatazo que marca el final. Él extiende su mano para saludarme, me dice algo con esa voz dulce que tiene, pero no le entiendo. Me hace el gesto de intercambiar camiseta, acepto. Lo veo en cueros y se le marcan todos los abdominales, a mí ninguno. Él me da su camiseta llena de su olor y yo la mía apestando a transpiración. Me sonríe y le sonrío. Me acerco a abrazarlo. Nuestras caras vuelven a juntarse. Le toco el pelo y se ríe. Un periodista nos interrumpe para hacerme una nota. Lo miro serio y con mala cara. Me dice que fui la figura del partido porque en ningún momento dejé solo a Beckham. Mientras agradezco lo veo partir con mi camiseta.

Ya pasaron veinte años de ese partido, estoy en mi casa viendo la tele con un whisky en la mano. Mi esposa está leyendo en la cama y mi hijo está encerrado en su cuarto haciendo vaya a saber qué cosa. Estoy cambiando de canal y me detengo cuando veo su cara, tan perfecta como la única vez que nos vimos. Incluso se podría decir que más hermoso que antes, es como el whisky que estoy tomando: mejoró con veinte años. Me quedo viéndolo, no le puedo sacar los ojos de encima. Él ahora es el manager de un equipo de fútbol de Los Ángeles, administra miles de millones. Yo soy el dueño de una flota de tres taxis. En la entrevista repasan su carrera, su debut en primera, su gol más importante y los torneos ganados entre otros temas. En un momento le preguntan quién fue el jugador que mejor lo marcó. De repente un silencio invade la casa, la heladera deja de zumbar, el perro para de ladrar y mis vecinos ya no discuten a los gritos. Sólo percibo que él dice mi nombre, es la primera vez que lo escucho salir de sus labios. Me quedo embelesado, hipnotizado, mirándolo. Me doy cuenta de que Beckham también me recuerda, como yo, que nunca dejé de pensar en él.

Mi esposa baja e interrumpe mis pensamientos, me mira a mí y después mira a la tele. Sin sacar los ojos de la pantalla me pregunta:

-Este Beckham, ¿tiene tu misma edad?

-Es tres años más grande – le comento.

– Hubiera jurado que es mucho más joven -dice.

Yo la miro por unos segundos, luego vuelvo a ver su cara en la tele y le respondo: – Seguro se pone alguna crema que sale fortunas.

 

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